A la tumba de los Héroes

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Autor: M. A.

Saludo, oh Patria mía, la tumba de los Héroes
que están en gloria eterna gozando en dulce paz,
para ensalzar el nombre de Hidalgo y otros héroes
y bendecir la historia que hoy vine a consagrar.

Recordando de aquellos nobles ancianos
hoy la fecha de mil novecientos once
que han libertado a nuestro pueblo mexicano
del intento que amaban los españoles.

Hoy México en sus glorias secas no vio sus flores
la más pura esencia de su cáliz apuró,
convertida entretanto en sangre y en ardores
al ver que sus promesas ninguna se cumplió.

Dios le ha dado un poder tan soberano
a otro hidalgo que ha nacido en nuestra patria,
estas honras recibió don Emiliano
a quien nombramos señor General Zapata.

Hoy, si Benito Juárez volviese aquí a la vida,
iríamos muy gustosos a dar nuestra ovación,
entonces levantara su faz más resentida
como serena el alma de los tintes de una flor.

Este hombre que ha nacido en nuestro Estado
le ha pedido, por su honra, a Dios clemencia,
porque se ha visto que con la espada en la mano
él defiende con honor la independencia.

Comprendo yo que Juárez le dio desde su gloria
su cetro y su corona al bendecir su honor,
es fuerza que le demos del lauro la historia
y libre de este yugo a toda la Nación.

Si el trino que se escucha entre las aves
y la flor que da su aroma al suelo santo
mil honras te consagro en tus altares
y con el trino matinal borren el llanto.

En fin, si en lo futuro mis nobles ciudadanos
llegase otra conquista del gobierno español
tendremos siempre en cuenta al señor don Emiliano,
él irá a su defensa por nuestro pabellón.

Si en tumba más sombría llegase a verte
una palma dolorida voy a darte
y al llegar yo besaré tu losa inerte
recordando de la historia que dejaste.

En fin, señores, yo pienso cual pobre mexicano,
pedir una indulgencia, si la merezco yo,
y reciba por obsequio don Emiliano
laureles y guirnaldas y el centro de su honor.

A ti, digno General, hoy te pido
que te dignes dispensarme por tu honra
de mi suerte es un elogio el que he tenido
porque el autor fuiste en la sangre redentora.

En fin, ya me despido de esta amable reunión,
suplico que se sirvan mis versos otorgar,
ustedes muy bien saben que mi ramo no es trovar,
también me perdonan si he venido a importunar.

Mas en fin, nobles caudillos, me despido,
señor Eufemio y también don Emiliano,
Dios los bendiga para siempre por su mano
para librar a nuestro pueblo mexicano.

Corrido de Alejandro Casales

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Autor: José Muñoz Cota.

Nos mataron a Casales
-valiente como el mejor-,
hace tiempo que Casales
en armas se levantó.

Vinieron los federales.
A pesar de su valor,
como eran muchos, Casales,
no pudo más y perdió.

Quemó todos sus cartuchos,
hasta el último quemó.
Rodó como rueda el trigo
al golpe segador.

Lo colgaron. Verde tronco.
Su cuerpo fuerte osciló.
Como rama que se troncha,
así Casales murió.

El viento vino hasta el cuerpo.
Vino el viento y lo azotó.
Cuerpo renegrido y fuerte
que en el aire penduló.

Lo vieron los caminantes
con silencioso pavor.
Pasó el indio la vereda,
sin decirlo, saludó.

Los zopilotes trazaron,
sus círculos en redor.
Pájaros sepultureros
de anochecido cotón.

La lluvia hasta el cuerpo vino,
sus alfileres clavó.
Cuerpo del hombre insurgente
que en el árbol se meció.

Y no quedaron conformes.
Ya muerto, fuego ordenó
algún oficial infame
indigesto de Nerón.

Y lo quemaron ya muerto.
Casales muerto alumbró
como llama de fogata.
La sombra se iluminó.

El fuego miró de lejos
atormentado el peón,
pues, al quemarse Casales,
alumbraba su dolor.

Casales fue de los nuestros:
ancho sombrero, calzón;
si tuvo carne morena,
blanco fue su corazón.

Levanta la cara, amigo.
Ya Casales se quebró.
¿No conociste a Casales?
Era franco y decidor.

Al árbol vino la aurora,
el cuerpo obscuro lavó.
Aurora de manos finas
que su cuerpo acarició.

Al árbol vino la tarde.
Al oído susurró
sus fatigas de venado
que por el campo corrió.

Al árbol vino la noche,
la noche que lo enlutó.
La noche de pasos húmedos
su tristeza humedeció.

Mañana vendrá la aurora.
Será la liberación.
Bajaremos a Casales.
Puede que lo baje yo.

Ya mataron a Casales.
¡Viva la Revolución!
Por Axochiapan se acerca
Zapata, el libertador.

Historia de la Derrota y Muerte del General Luis Cartón

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Autor: Marciano Silva

Noble patriota que en las montañas
fuiste del pueblo la admiración,
cuando escondido entre las cabañas
se oía feroz el rugir del cañón.

El hombre idiota de mala saña
que fue el temible Luis G. Cartón,
tirano fue de malas entrañas,
pagaste todo en esta ocasión.

De un pueblo junto la heroica Cuautla,
que distinguía tu falsedad,
cuando salvaje bajaste a Huautla
acostumbrado siempre a quemar.

¡Que viva Huerta, muera Zapata!
decían tus Juanes sin vacilar,
que un pueblo junto, esa es la patria
y con tus armas debe ganar.

Sin duda tú fuiste para Huerta
un hombre raro en esa ocasión;
tuvo razón y noticia cierta
que al sur bajabas sin dilación.

Pero Zapata, que estaba alerta,
mirando siempre al usurpador;
tal vez pensabas que a la revuelta
lo acabarías con tu batallón.

Hubo una junta en San Pablo Hidalgo
de varios jefes en esa vez,
de allí se fueron al Pozo Colorado,
donde en un antes era cuartel.

Estando el jefe y muchos soldados
que se encontraban en esa vez,
de allí se fueron para otro lado
donde en un antes yo explicaré.

En Chilpancingo, según se dice,
los generales se creían rey,
que fue Cartón, Ponciano Benítez
y el conocido Juan Poloney.

Y se creían que eran muy felices
y que soplaban mayor que un fuei
y los pelones esos Benítez, decían:
“¡bandidos, vengan a comer buey!”

Así gritaban los pobres Juanes,
sobre las casas de la suidá
“–¡Rompiendo el fuego todos iguales!”
Cartón gritaba con vanidad.

“–¡Muera Zapata! ¡No crean que gane
porque no tiene capacidad!
¡Que viva Huerta! Porque él sí sabe
regir un pueblo y gobernar.”

El general Encarnación Díaz
rumbo a la plaza se dirigió,
mientras Vicario veloz corría
para salir de la población.

Los zapatistas todos decían:
“–¡Alto ahí, quien vive!” sólo se oyó,
y ellos decían “¡Viva Chón Díaz!”
y por engaños así salió.

Ya derrotados los cartonistas
el sitio aquel querían romper,
con sus cañones y dinamitas,
para Acapulco querían correr.

Pero abusados los zapatistas
que se encontraban en esa vez,
ya de antemano estaban listas
todas las tropas a acometer.

Todos corriendo por el camino
haciendo fuego sin descansar,
logró la empresa y el cruel destino
y a los traidores debe esperar.

Cartón tiraba tras del incendio,
se aparapeta en un tecorral;
llegó el instante, y llegó el momento
que los deudores deben pagar.

Ya había pisado según, la raya,
que en esa guerra preso cayó,
quedando en manos de Ignacio Maya
a quien su espada luego entregó.

“– No crea usted jefe que yo me vaya
sólo le pido me haga un favor,
que entierre a mi hijo que en la campaña
hace un momento muerto cayó.”

“– Vaya a enterrarlo –Maya le dijo–,
permiso tiene en esta ocasión,
y luego que dé sepulcro a su hijo,
vamos a hacer su presentación”.

Y él al verlo con ojos fijos
luego le dijo “moriré yo;
pobre sepulcro hoy te prodigo,
yo soy tu padre, adiós hijo, adiós.”

“Mi general, mi alma está muy grata,
benevolencia siempre esperé,
yo quiero ver al jefe Zapata,
que conocerlo siempre yo ansié”.

— “¿Usted es Cartón, el jefe de Cuautla?”
— “Mi general, no lo negaré”.
— “Pues sepa usted que yo soy Zapata
que por los montes buscaba usted”.

— “Mi general quiero me conceda
en el momento mi libertad,
quiero ir al pueblo y hasta que pueda
pedir más armas y aparentar”.

— “Luego yo mismo les haré guerra
y con empuje podré ganar,
y cuando sepa que por mí queda
la suidadela y la capital.”

— “Está muy bueno lo que usted dice
que un nuevo plan que usted pensó,
mañana libre lo dejaremos
y ya de acuerdo estaré yo.”

— “Ya me despido, me voy sereno,
muy satisfecho de su razón”;
— “General Díaz, llévelo al pueblo
mañana libre sale Cartón”.

Y ya de acuerdo los generales
lo internaron en la prisión
y él les decía: –“si son legales,
quiero que tengan buena intención.”

No le hacían caso a sus hablales
pues que él mismo les invocó.
— “Mi centinela, favor de hablale,
dígale al jefe que le hablo yo.”

Rompió la aurora del nuevo día
en que esperaba salir Cartón,
y a sus guardias él les decía:
— “Ya no me tengan en la prisión”.

Si no era cárcel donde exestía,
estaba lejos de la versión,
y los soldados bien que reían
de lo ocurrido en la ocasión.

Llegando un jefe con voz muy fuerte:
— “Salga usted afuera señor Cartón,
vamos marchando rumbo al Oeste
que así lo exige su situación”.

Se llegó al punto donde la muerte
ya lo esperaba sin dilación,
así lo exige su infausta suerte
y morirá sin vacilación.

— “Mi general, me dijo Zapata
que se me diera mi libertad,
pues yo he ofrecido que por mi patria
la vida diera, es la verdad.”

— “Pues de antemano traigo una carta
que él me ha mandado con brevedad,
de que usted muera y que se cumplan
las duras leyes de autoridad”.

— “Si siempre muero yo ya he cumplido
con los deberes de mi misión.”
— “Párese al frente, que hay cinco tiros
para el descanso de su intención”.

— “Fórmenle cuadro, vénganse cinco,
preparen armas sin dilación.
¡Vivan las fuerzas de Chilpancingo!
¡Que muera Huerta! ¡también Cartón!”

Se oyó el descargue de muchas armas
cuando Cartón dejó de exestir,
también Benítez muy de mañana
le había tocado ya sucumbir.

Quinientos hombres en la campaña
se han avanzado todos al fin,
les dieron libre en las montañas
porque a sus tierras se querían ir.

Se vino el jefe para Morelos
a ver las fuerzas de su región,
y a pocos días quedó Guerrero
sin fuerzas de la Federación.

Se vino Olea también de miedo,
de que decían “ahí viene Chón”,
a pocos días quedó Guerrero
sin fuerzas de la Federación.

Ya me despido suidá de Iguala,
Cuautla, Morelos, feliz unión.
digan que viva el Plan de Ayala
y el jefe de la Revolución.

¡Que muera Huerta en mala hora,
y los que fueron de su opinión!
¡Muera Carranza, porque no cumple
con los deberes de la Revolución!

Nueve Años se Cumplieron

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Autor: Elías Domínguez

Nueve años se cumplieron de la Revolución
y la patria querida no hallaba ni que hacer;
toditos los tratados eran una adulación
y para el mexicano sufrir y padecer.

Voy a hablar del gobierno de don Porfirio Díaz
que fue de más conciencia en la persecución,
cuando a los maderistas con furia perseguía,
a los pueblos trataba con consideración.

Cuando a pueblos llegaban fuerzas del señor Díaz
llegando preguntaban pues, por la autoridad
nada más indagaban por la gran rebeldía,
que en los cerros andaban con el fin de peliar.

Mirando don Porfirio que no había de ganar
dispuso el armisticio, la guerra suspendió:
Madero con sus tropas entró a la capital
y ahí quedó el gobierno a su disposición.

Luego ese presidente de México se fue,
para la vieja Europa hizo su embarcación,
dejó a la pobre patria en un cruel padecer,
inundada de sangre, ¡Cielo qué compasión!

Después siguió la guerra con Francisco I. Madero,
en contra de otros jefes que no se querían rendir;
anduvo, bajó con tropas a Cuautla de Morelos,
a ver si en conferencia los hacía convenir.

Pero no sucumbieron Zapata y otros jefes
a las órdenes que traiba don Francisco I. Madero,
y siempre pronunciados se quedaron renuentes,
por todito el estado nombrado de Morelos.

Cuando el señor Naranjo se hizo del poder,
quedando en Cuernavaca de un gran gobernador,
mando a Juvencio Robles el cual se dio a temer
quemando a muchos pueblos con bastante rigor.

Cuando a pueblos llegaban las fuerzas naranjistas
pacíficos huían con el fin de escapar,
a todito el estado nombraban zapatista
y por esa razón lo querían arrasar.

Y se fue el año doce para el plan de Morelos,
no conocía justicia, ni paz ni libertad,
al cielo se quejaban las cuadrillas y pueblos
sólo los naranjistas traían autoridad.

Por fin se le llegó a Francisco I. Madero,
el cual ni pensaba en su trance de agonía,
mil novecientos trece en el mes de febrero,
con Huerta y Mondragón, Blanquel y Félix Díaz.

De luto se vistió la hermosa capital
porque fue muy temible aquella guerra cruel,
y cuando se tomó el palacio principal,
a Madero capturó el general Blanquel.

Entonces terminó el partido maderista
y de la presidencia Huerta se apoderó;
también incendió a pueblos el gobierno huertista,
la historia lo titula por tirano y traidor.

Muchos ruegan por él, si ya se halla en descanso,
según los forzamientos de cómo nos trató.
Allá Luzbel lo tenga, siquiera en fuego manso,
por los crueles incendios y levas que inventó.

Son páginas de sangre, de luto y de tristeza,
que se verá en la historia con mucha admiración;
hablando de tiranos como fue el señor Huerta,
ese Juvencio Robles, Villegas y Cartón.

Los pueblos lo que quieren son buenas garantías,
que se juzgue arreglado el Código legal,
fungiendo bien sus leyes mucho agradecería
respetando el derecho así se hará la paz.

¡Ay si resucitara el señor Benito Juárez
y viera nuestra patria en tan cruel situación!
Sólo él la libraría de toditos los males
y rigieran las leyes de la Constitución.

En fin, patria querida ¿cuándo terminarán
las guerras fraticidas que sufre tu nación?
Ya los pueblos honrados desean tranquilidad,
porque ya están cansados de la Revolución.

La Feria de Cuautla

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Autor: José Muñoz Cota

¡Vamos para la feria
una franca animación!
Echan volar las campanas
en la blanca población.

¡Vamos a la feria de Cuautla!
Zapata se adelantó,
entró a la feria meneando
su pingo galopador.

Torres Burgos y Merino
están ya en la población,
y los tres han prometido
hacer la revolución.

Vamos a la feria, niña
olvidemos el dolor
en las miserias del campo
en las fricciones del peón.

Los indios, los aparceros,
al influjo del alcohol
olvidan por un momento
la injusticia del patrón.

En el novecientos once,
en Cuaresma del Señor,
era en el segundo viernes
que el calendario marcó.

Cuando la feria de Cuautla
ya casi se terminó
Burgos, Zapata y merino
con alma prueba el valor.

Villa de Ayala (los mira)
predica la insurrección,
organizan las guerrillas
setenta hombres, lo mejor.

En Cuautla la feria muere,
la guitarra enmudece,
en el palenque se trunca
la voz del anunciador.

A Quilamula será
buscando liberación
Burgos, Zapata y Merino
en franca revolución.

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