Zapata y los Zapatistas

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Autor: Maximiliano Mendoza.

Oye, público ilustrado, el canto de una alma grata
que he dedicado estos versos a don Emiliano Zapata,
cuyo hombre tomó las armas en el feliz mes de enero
para defender la causa de don Francisco I. Madero.

El veinte de noviembre la guerra empezó a surgir,
don Emiliano en su tierra y don Francisco en San Luis.
Zapata estaba ayudando a Madero en sus afanes,
para que éste con despacio ratificara sus planes.

Después de un tiempo de guerra se hizo un triunfo sin igual,
y se marcharon sus huestes con rumbo a la capital,
Zapata estaba contento con el triunfo de Madero,
dicen que ya tiene sus tierras todo el pueblo jornalero.

Lo que prometió Madero ya no lo pudo cumplir,
en ese plan prometido allá en San Luis Potosí,
para hacerlo proclamar al poder debió subir
y que ya estando sentado su plan debiera cumplir.

Pero Zapata miraba que ya el tiempo se pasaba
y que bienes y promesas de eso ya nunca se hablaba;
ya perdida la esperanza la águila batió sus alas,
Zapata tomó las armas y proclamó el Plan de Ayala.

Si Madero olvida el plan que enarboló en su bandera
yo sí cumpliré el de Ayala aunque perezca en la guerra,
esto dijo ese valiente y su estandarte tomó
y con valor eminente en Morelos combatió.

El grandioso Plan de Ayala quiso cumplirnos Zapata
por sus triunfos en Morelos, en Guerrero y Cuernavaca,
con sus triunfos y combates como soldado valiente
animando con sus frases a los jefes de su gente.

En los tres puntos del sur sí lo quieren con lealtad
porque les da la Justicia, Paz, Progreso y Libertad.
Huerta le hacía mil promesas para que a él se rindiera
y se le frustró su empresa, Zapata siguió la guerra.

Combates muy eminentes inició desde ese día;
para cumplir su promesa él peleó con gallardía,
uniéndose valientes jefes ilustres de gran corazón
que lo ayudaron en todo dando fama a la Nación.

Como es Francisco Mendoza, lo mismo que Salazar,
y don Francisco Pacheco, juntos iban a pelear.
Genovevo de la O, cuyo nombre no es extraño,
y don Fortino Ayaquica, valiente como Montaño.

Estos tuvieron combates contra todos los gobiernos
en Ozumba, en Nepantla, Teloloapan y Morelos,
por Yacapixtla y Tepexco, esas partes recorrieron,
tuvieron fuertes encuentros en el cerro del Jilguero.

Felipe Neri allá andaba por todos esos lugares;
en Axochiapan y Zacualpan perdieron los federales,
estuvieron en Matlala, en San Marcos y Atlixco,
en San Nicolás y en Chietla, en Colón y en Cuatlixco.

Milpalta, Jojutla y Chalco, Jantetelco y Atencingo,
Juchitepec, Tres Marías, Topilejo y Tepalcingo,
esas partes recorrieron combatiendo sin igual
hasta que triunfantes llegan a la hermosa capital.

El espartano Zapata, fue por muchos calumniado,
porque muchos lo juzgaban como hombre depravado,
varios decían que al llegar les causaría graves males,
entrando a la capital se verían barbaridades.

Nada de eso, no fue cierto, lo efectivo se ha de hablar,
éstos entraron correctos, con muchísima igualdad,
dando gracias al Pueblo, demostrando su lealtad,
dando fama, honor y mérito a su invicto general.

Les suplico que perdonen esta humilde narración
a todos los que escucharon que he cantado
y una regia corona de laureles y de nardos
solamente le deseo a este caudillo denodado.

Corrido de Alejandro Casales

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Autor: José Muñoz Cota.

Nos mataron a Casales
-valiente como el mejor-,
hace tiempo que Casales
en armas se levantó.

Vinieron los federales.
A pesar de su valor,
como eran muchos, Casales,
no pudo más y perdió.

Quemó todos sus cartuchos,
hasta el último quemó.
Rodó como rueda el trigo
al golpe segador.

Lo colgaron. Verde tronco.
Su cuerpo fuerte osciló.
Como rama que se troncha,
así Casales murió.

El viento vino hasta el cuerpo.
Vino el viento y lo azotó.
Cuerpo renegrido y fuerte
que en el aire penduló.

Lo vieron los caminantes
con silencioso pavor.
Pasó el indio la vereda,
sin decirlo, saludó.

Los zopilotes trazaron,
sus círculos en redor.
Pájaros sepultureros
de anochecido cotón.

La lluvia hasta el cuerpo vino,
sus alfileres clavó.
Cuerpo del hombre insurgente
que en el árbol se meció.

Y no quedaron conformes.
Ya muerto, fuego ordenó
algún oficial infame
indigesto de Nerón.

Y lo quemaron ya muerto.
Casales muerto alumbró
como llama de fogata.
La sombra se iluminó.

El fuego miró de lejos
atormentado el peón,
pues, al quemarse Casales,
alumbraba su dolor.

Casales fue de los nuestros:
ancho sombrero, calzón;
si tuvo carne morena,
blanco fue su corazón.

Levanta la cara, amigo.
Ya Casales se quebró.
¿No conociste a Casales?
Era franco y decidor.

Al árbol vino la aurora,
el cuerpo obscuro lavó.
Aurora de manos finas
que su cuerpo acarició.

Al árbol vino la tarde.
Al oído susurró
sus fatigas de venado
que por el campo corrió.

Al árbol vino la noche,
la noche que lo enlutó.
La noche de pasos húmedos
su tristeza humedeció.

Mañana vendrá la aurora.
Será la liberación.
Bajaremos a Casales.
Puede que lo baje yo.

Ya mataron a Casales.
¡Viva la Revolución!
Por Axochiapan se acerca
Zapata, el libertador.