La Toma de Cuautla por González

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Autor: Samuel Lozano.

(Bola)

Nobles ciudadanos vengan a escuchar
lo que traigo en mi memoria,
de lo que pasó en Cuautla Morelos
que es una cosa notoria.

El ocho del mes de mayo
de mil novecientos once
hubo una acción en Morelos
la cual mi patria conoce.

Fue ese día muy renombrado,
un viernes por la mañana
rompieron el sitio hacia el poniente
toditos los federales.

En el barrio del Calvario
el paso estaba cerrado,
pues el quinto Regimiento
estaba muy bien armado.

Todo el regimiento con mucho valor
tomaron colocación
unos en el Hotel de San Diego
y otros hasta la Estación.

Los maderistas se hallaban
en la iglesia de San Diego
y al ver a los federales
en el acto hicieron fuego.

En la azotea del hotel San Diego
habían perdido muchos soldados,
y huyeron pronto del fuego
rumbo al centro bien fogueados.

Los maderistas avanzando
tiraban con dinamita,
las paredes horadando
hasta llegar a la Ermita.

El quinto Regimiento se hallaba en el Centro
todos bien atrincherados,
y estaban tirando por las bocacalles
creyéndose asegurados.

Los federales peleaban con mucho valor
que en ese Cuautla Morelos
tan pronto habían de perder.

Emiliano Zapata con toda su gente
con brío empezó a avanzar,
gritando, muchachos, tiren sin temor
que les vamos a ganar.

Empezaron a arrojar
unas bombas explosivas
sobre los pobres soldados
desde las partes de arriba.

Por fin han peleado con mucho
denuedo los de tilma y de huarache
sobrenombre vago que le puso
al pueblo el periodista Fernández;
el calzón le ha dado al pantalón
ejemplo de valor en este lance,
y el botín realzado noble y caballero,
perdió en compañía del traje.

Según la ley constituida
por el demócrata Juárez,
no hay jerarquías en la vida,
toditos somos iguales;
el ropaje es una insignia
de aparentes cualidades,
es nobleza por encima
y por dentro necedades.

¡Oh! grandes Aquiles de la raza azteca
quisiera ser un Homero
y en poesías sublimes cantar las
proezas de vuestros hechos guerreros
mas mi pluma humilde sólo se concreta
a ensalzarlos con esmero,
pues este que escribe no es un grande poeta,
sino un pobre parrandero.

En el altar del Olvido se ponga
esta inscripción,
con letras de oro esculpido
para que vea la Nación:
Sufragio libre efectivo
y muera la Reelección,
que es lo que nos ha traido sangre,
fuego y destrucción.

Muchos soldados murieron
allí, del quinto Regimiento,
era aquel un sitio muy triste
con tanto herido y lamento.

Se huyó el resto de soldados
a refugiarse en las casas
del señor don Juan Narganes,
y de Dámaso Barajas.

Otros llegaron a la Estación
metiéndose a los furgones
tratando de escapar su vida
de los malos ofensores.

Allí los encontró el enemigo
que fiero los perseguía,
y los pobres soldados lueguito se dieron
y allí terminó su día.

Bañaron de gasolina
los furgones donde estaban
los prendieron sin fijarse
en los gritos que ellos daban.

Los pobres soldados ya chamuscados,
pues la lumbre los quemaba,
así acabaron los pobres sus días,
su deber se los mandaba.

Todos los pobres soldados
convirtiéronse en ceniza
y fueron sus restos tirados
en los campos de Cuauhuistla.

También un pueblo llamado Cuauhtlixco,
en las cercanías de Morelos
pasado el tinaco del ferrocarril,
fue el panteón de esos guerreros.

Abandonaron la plaza
pocos de aquellos soldados
pues que muchos prisioneros
fueron después fusilados.

De esta manera tan triste
entró Zapata a Morelos,
saqueando comercios ricos
e incendiando hasta los cerros.

Estas hazañas terribles
traen las guerras intestinas,
en que la sangre de hermanos
corre por causas mezquinas.

En fin, señores, me voy
y me despido con afán,
si no les hubo agradado
las faltas perdonarán.

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